R. Aída Hernández Castillo*
En México estamos viviendo un
fenómeno insólito en la historia política del país: una mujer indígena en
representación de un Concejo Indígena de Gobierno se ha lanzado a buscar su
candidatura independiente para la Presidencia de la República. En un país
racista y machista, donde la partidocracia tiene acaparados los espacios e
imaginarios políticos, su candidatura viene a desestabilizar las prácticas y
discursos del poder en torno a la nación y la ciudadanía.
María de Jesús Patricio, conocida
como Marichuy, es una médica tradicional nahua, originaria de Tuxpan, Jalisco,
que desde el levantamiento zapatista en 1994 se dio a conocer a escala nacional
alzando su voz en distintos espacios públicos, para hablar no sólo por las
mujeres indígenas y por sus pueblos, sino para denunciar los efectos violentos
y destructores que el desarrollo capitalista está teniendo en la naturaleza y
en la madre Tierra. La suya es una voz colectiva, como su candidatura, y es por
esto que confronta muchos de los principios fundantes de la democracia liberal.
Esta democracia que habla en nombre de la igualdad impulsando políticas
económicas que profundizan la desigualdad, y que reivindica el voto individual,
libre y secreto, por medio de partidos cuyos integrantes tienen las manos
manchadas de sangre. Ante la corrupción de los partidos políticos y la
complicidad con la violencia y la impunidad que afecta a nuestro país, las
candidaturas independientes están siendo una opción para la sociedad civil que
busca otras formas de entender y ejercer el poder.
El concepto de dignidad ha sido
central en la lucha zapatista como principio político para enfrentar el racismo
y la descalificación de la ciudadanía indígena. Este concepto engloba la reivindicación
del respeto a la vida en todas sus manifestaciones, como asidero para enfrentar
las múltiples violencias. Marichuy, inspirada en la lucha de las mujeres
zapatistas, nos recuerda que: La dignidad está haciendo nacer un nuevo mundo en
medio de la destrucción, el dolor y la rabia de nuestros pueblos, del México de
abajo en los campos y las ciudades. Su voz habla por la dignidad de los
excluidos del proyecto nacional.
Estamos en un momento histórico
en el que el pragmatismo de los partidos políticos ha hecho que se diluyan sus
agendas y programas, en donde la derecha y las seudoizquierdas están dispuestas
a pasar por sobre sus diferencias para crear frentes unidos por la complicidad
con la impunidad. En contraste con este relativismo político, la voz de
Marichuy nos habla de una agenda anticapitalista, antirracista y
antipatriarcal. Sus reflexiones surgen de su propia experiencia como mujer
pobre e indígena, a quien le ha tocado vivir en carne propia esta intersección
de exclusiones. En su discurso en tierras zapatistas la semana pasada señalaba:
Las mujeres indígenas, en nuestra triple condición de mujeres, de indígenas y
de pobres vivimos la mayor de las opresiones dentro de este sistema que se
nombra capitalista, somos explotadas y violentadas en nuestros hogares, en
nuestros trabajos, en todos los espacios de la sociedad; el actual sistema nos
somete a la más cruda explotación y cotidianamente se nos trata como simples
mercancías.
Pero también nos habla desde una
experiencia colectiva de despojo y desposesión violenta de tierras y recursos
naturales. Su agenda política surge de la experiencia indígena, pero es una
propuesta para todos y todas las mexicanas que estamos preocupados por lo que
ella denuncia como el robo, el despojo y la destrucción que se hace de nuestra
madre la tierra por el gran capital que va acompañado por la dominación y el
control de nosotras las mujeres.
Sus discursos no se limitan a
denunciar las violencias que vivimos las mujeres, sino que también reivindican
nuestra fuerza política hablando del importante papel que están jugando las
madres de los desaparecidos, en su lucha incansable por encontrar entre los
escombros la verdad y la justicia. Nos recuerda el papel de las mujeres
indígenas y campesinas en la defensa de la tierra y el territorio, y nos hace
un llamado a todas las mujeres a que nos organicemos sí, por el respeto de
nuestros derechos, pero también por todos y por todas porque en nosotras está
la fuerza para empujar esta enorme lucha. Como mujer, como feminista y como
ciudadana mexicana, me siento interpelada por este llamado, que me da una
esperanza en estos tiempos sombríos. Recuperar la dignidad es atrevernos a
imaginar otros caminos y otros futuros posibles.
* Investigadora del Centro de
Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social
Fue3ntge: La Jornada
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