Si observamos el movimiento de las calles, todo pareciera tener su ruta perfectamente trazada: gente caminando a sus trabajos (o tratando de conseguir uno); niños y niñas que van a la escuela; señoras que corren al mandado; transporte público asediado por los vendedores ambulantes; el ir y venir de los carros; los embotellamientos; los ‘servidores públicos' saliendo en la tele o hablando por la radio, todos ellos diciendo lo bien que vamos (o mal, si el político es del partido contrario). Pero todos, sí, todos, nos dicen que nos va a ir mejor con ellos.
Es ahí donde empieza la retórica incansable y el empleo de sus palabras favoritas: que si la democracia, que el voto es un derecho de los ciudadanos, que el pueblo tiene el poder de elegir, que el pueblo no sé qué, el pueblo para allá, el pueblo para acá, el pueblo… Pero, ¿Quién o qué es el pueblo?
Tal pareciera que el abuso de esta palabra la ha desprovisto de toda identidad y ahora se nos presenta como un ‘ser' amorfo y sin sentido. Nos hemos acostumbrado tanto a ser nombrados pueblo que realmente no sabemos qué significa pues hemos caído en un vacío no sólo semántico sino existencial para los que están allá arriba y, peor aún, hacia nosotros mismos.
Para empezar, tendríamos que asumir que como pueblo nos encontramos en un vacío. Ese vacío está generado porque actualmente nos han quitado todas las posibilidades de conformarnos como tal. Es decir, la clase política se ha encargado de sumirnos en una soledad que no nos permite organizarnos en un verdadero colectivo, en un pueblo.
La soledad a la que nos enfrentamos es una soledad no sólo en el sentido del aislamiento; es una soledad que favorece la explotación de quienes habitamos este país, una soledad que nos separa de nuestro entorno al grado de creer que no podemos hacer nada para transformarlo, una soledad que nos maquilla con la pintura de la mentira, de lo velado.
Esa soledad en la que se encuentra ‘el pueblo' termina por omitirlo de cualquier parte del proceso de conformación de su sociedad, de sus dinámicas de vida, de sus supuestas ‘elecciones'.
¿Cómo se presenta la soledad del pueblo?
Primeramente debemos entender aquella soledad que viene desde la existencia misma: la soledad filosófica. Porque entonces el pueblo no existe realmente para los políticos. No está ahí, no mueve nada, no afecta, no incide en ellos, no importa.
De ahí, nos encontramos con que también el pueblo es sumergido en una soledad ideológica en donde no sólo no existe ni significa nada, sino que no expresa nada; luego entonces, no es necesario interpretar su situación y mucho menos la posibilidad de que se le tome en cuenta para configurar aquello que le aqueja como la injusticia, el manejo del poder, los recursos económicos, la falta de trabajo, la inseguridad, la crisis, etc.
Ni qué decir de la soledad económica donde el pueblo es desprovisto de los medios de producción, reduciéndolo sólo a obrero sin la esperanza de algún día formar parte real que genere su economía autónoma y autogestiva. El pueblo no existe para el explotador más que como recurso (des)humano en su empresa.
Y por si fuera poco, nos someten a una soledad política donde el pueblo es negado como aquel sujeto con posibilidades de decisión. El pueblo ya no tiene identidad por lo que el diálogo y la construcción pensada desde el sujeto pueblo no puede ser posible porque no existe.
¿Qué importancia tiene el pueblo entonces?
Es el pueblo el que sostiene el movimiento del país con sus vaivenes, con su trabajo, con su pelea, con su poder de ser, hacer y decidir. Es este el pueblo que mantiene viva la tierra, que la transforma…y el que para ellos no existe.
¿Aún así nos seguirán vendiendo el cuento de que el pueblo elige?
Es ahí donde empieza la retórica incansable y el empleo de sus palabras favoritas: que si la democracia, que el voto es un derecho de los ciudadanos, que el pueblo tiene el poder de elegir, que el pueblo no sé qué, el pueblo para allá, el pueblo para acá, el pueblo… Pero, ¿Quién o qué es el pueblo?
Tal pareciera que el abuso de esta palabra la ha desprovisto de toda identidad y ahora se nos presenta como un ‘ser' amorfo y sin sentido. Nos hemos acostumbrado tanto a ser nombrados pueblo que realmente no sabemos qué significa pues hemos caído en un vacío no sólo semántico sino existencial para los que están allá arriba y, peor aún, hacia nosotros mismos.
Para empezar, tendríamos que asumir que como pueblo nos encontramos en un vacío. Ese vacío está generado porque actualmente nos han quitado todas las posibilidades de conformarnos como tal. Es decir, la clase política se ha encargado de sumirnos en una soledad que no nos permite organizarnos en un verdadero colectivo, en un pueblo.
La soledad a la que nos enfrentamos es una soledad no sólo en el sentido del aislamiento; es una soledad que favorece la explotación de quienes habitamos este país, una soledad que nos separa de nuestro entorno al grado de creer que no podemos hacer nada para transformarlo, una soledad que nos maquilla con la pintura de la mentira, de lo velado.
Esa soledad en la que se encuentra ‘el pueblo' termina por omitirlo de cualquier parte del proceso de conformación de su sociedad, de sus dinámicas de vida, de sus supuestas ‘elecciones'.
¿Cómo se presenta la soledad del pueblo?
Primeramente debemos entender aquella soledad que viene desde la existencia misma: la soledad filosófica. Porque entonces el pueblo no existe realmente para los políticos. No está ahí, no mueve nada, no afecta, no incide en ellos, no importa.
De ahí, nos encontramos con que también el pueblo es sumergido en una soledad ideológica en donde no sólo no existe ni significa nada, sino que no expresa nada; luego entonces, no es necesario interpretar su situación y mucho menos la posibilidad de que se le tome en cuenta para configurar aquello que le aqueja como la injusticia, el manejo del poder, los recursos económicos, la falta de trabajo, la inseguridad, la crisis, etc.
Ni qué decir de la soledad económica donde el pueblo es desprovisto de los medios de producción, reduciéndolo sólo a obrero sin la esperanza de algún día formar parte real que genere su economía autónoma y autogestiva. El pueblo no existe para el explotador más que como recurso (des)humano en su empresa.
Y por si fuera poco, nos someten a una soledad política donde el pueblo es negado como aquel sujeto con posibilidades de decisión. El pueblo ya no tiene identidad por lo que el diálogo y la construcción pensada desde el sujeto pueblo no puede ser posible porque no existe.
¿Qué importancia tiene el pueblo entonces?
Es el pueblo el que sostiene el movimiento del país con sus vaivenes, con su trabajo, con su pelea, con su poder de ser, hacer y decidir. Es este el pueblo que mantiene viva la tierra, que la transforma…y el que para ellos no existe.
¿Aún así nos seguirán vendiendo el cuento de que el pueblo elige?
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