Milenio
Acentos
Ricardo Monreal Ávila
2009-08-18
En Un mundo feliz, Aldous Huxley describe una sociedad programada y condicionada genéticamente para desarrollar un orden social perfecto, sin conflictos de ningún tipo. Había cinco clases sociales: los Alphas, que eran la élite dirigente; los Betas, correspondían a los ejecutivos; los Gammas eran los empleados subalternos; en tanto que los Deltas y los Epsilones estaban destinados a ser la base de la pirámide social, a realizar los trabajos rudos y duros. Todos eran felices en su clase o estanco social. Los de abajo no aspiraban a ser como los de arriba, porque desde la probeta en que habían sido concebidos se les condicionaba a ser lo que eran y a no moverse de allí. No había conciencia sobre esas “aspiraciones exóticas” de la libertad, la igualdad o la movilidad social.
Si Huxley fuese nuestro contemporáneo y se enterara de las incursiones cada vez más frecuentes de pandillas juveniles en los cinturones de miseria de algunas ciudades del norte y centro del país, que al grito de “ya llegamos Los Zetas!” saquean tiendas de abarrotes, puestos de ambulantes y asaltan a transeúntes, seguramente agregaría la sexta letra del alfabeto griego a su orden social de novela: Los Zetas, jóvenes lumpenproletarios que han encontrado en la delincuencia, las drogas y el “sicarismo” (la profesión de sicario), la forma de resistir, evadir y arremeter contra el “mundo feliz” oficial, ese del cual fueron excluidos hace tiempo al carecer de trabajo, escuela y hasta de una familia formal.
Un indicador de cómo el país (o con mayor precisión, el modelo económico y educativo de las últimas décadas) está programando, condicionando y condenando estructuralmente a toda una generación de jóvenes de hoy a ser Los Zetas de mañana, son los estudiantes rechazados en las escuelas de educación superior. El rector de la UNAM, José Narro, expuso cifras alarmantes sobre este fenómeno que tiene en jaque a las universidades públicas del país. “Por cada estudiante que fue seleccionado en la universidad, hubo seis que no pudieron ingresar porque no se tiene capacidad”. Es decir, sí cuentan con las calificaciones y las aptitudes para continuar sus estudios pero no hay lugar para ellos. “Más de siete millones de jóvenes ni estudian ni trabajan… más de la quinta parte de los jóvenes mexicanos entre los 12 y 29 años de edad no tienen esas posibilidades… sólo 27% de los jóvenes en edad de cursar estudios superiores puede hacerlo, para el resto no hay espacios disponibles”. Aseguró que México ocupa el último lugar en brindar una opción educativa a los jóvenes entre los países miembros de la OCDE y por debajo del promedio en América Latina.
La generación Zeta está llenando las cárceles del país e incrementando la estadística criminal. Lo ilustra el INEGI. Los jóvenes representan 40 por ciento de los presuntos delincuentes del fuero federal y 49 por ciento en el fuero común. De éstos, la proporción de varones de 15 a 29 años involucrados en un crimen federal es de 41por ciento, y 50 por ciento en actos de competencia del fuero común mientras que las mujeres jóvenes representan 35 y 40 por ciento, respectivamente.
No hace mucho tiempo, los niños y jóvenes nacidos a partir de 1980 se les consideraba el “bono demográfico” del país, “la esperanza del siglo XXI” en términos sentimentales o la generación semilla de alphas y betas en la visión Huxleyana. Gracias a ellos la población económicamente dependiente (los niños y adultos mayores de 2010) no sufriría penurias, habría ahorros suficientes para la tercera transición demográfica de 2030 y México entraría de lleno al mundo desarrollado. Era el “mundo feliz” del neoliberalismo económico, con sus promesas de educación y empleo.
Hoy, cuando el futuro ya nos alcanzó, ésta es la generación de los rechazados en las universidades públicas, de los excluidos en el mercado laboral, la carne de cañón de la inútil y genocida “guerra contra las drogas” y de los condenados a ser la última letra de nuestro alfabeto por la ineficacia, insensibilidad y agotamiento de un modelo económico y educativo que sería el mundo perfecto, de no ser porque le sobran 60 millones de mexicanos, la mayoría de ellos jóvenes.
A pesar de esta realidad no hay una sola señal para intentar modificar el destino de los jóvenes de hoy. El próximo presupuesto será un indicador duro. Si se proponen más cárceles y menos recursos a las universidades, más policías y menos científicos, más soldados y menos laboratorios de investigación, estaremos pavimentando la llegada de más jóvenes zetas, etas o iotas, y diciendo adiós a quienes un día pudiendo ser alphas, betas o gammas, el fundamentalismo economicista los condenó a vivir en un mundo infeliz.
Acentos
Ricardo Monreal Ávila
2009-08-18
En Un mundo feliz, Aldous Huxley describe una sociedad programada y condicionada genéticamente para desarrollar un orden social perfecto, sin conflictos de ningún tipo. Había cinco clases sociales: los Alphas, que eran la élite dirigente; los Betas, correspondían a los ejecutivos; los Gammas eran los empleados subalternos; en tanto que los Deltas y los Epsilones estaban destinados a ser la base de la pirámide social, a realizar los trabajos rudos y duros. Todos eran felices en su clase o estanco social. Los de abajo no aspiraban a ser como los de arriba, porque desde la probeta en que habían sido concebidos se les condicionaba a ser lo que eran y a no moverse de allí. No había conciencia sobre esas “aspiraciones exóticas” de la libertad, la igualdad o la movilidad social.
Si Huxley fuese nuestro contemporáneo y se enterara de las incursiones cada vez más frecuentes de pandillas juveniles en los cinturones de miseria de algunas ciudades del norte y centro del país, que al grito de “ya llegamos Los Zetas!” saquean tiendas de abarrotes, puestos de ambulantes y asaltan a transeúntes, seguramente agregaría la sexta letra del alfabeto griego a su orden social de novela: Los Zetas, jóvenes lumpenproletarios que han encontrado en la delincuencia, las drogas y el “sicarismo” (la profesión de sicario), la forma de resistir, evadir y arremeter contra el “mundo feliz” oficial, ese del cual fueron excluidos hace tiempo al carecer de trabajo, escuela y hasta de una familia formal.
Un indicador de cómo el país (o con mayor precisión, el modelo económico y educativo de las últimas décadas) está programando, condicionando y condenando estructuralmente a toda una generación de jóvenes de hoy a ser Los Zetas de mañana, son los estudiantes rechazados en las escuelas de educación superior. El rector de la UNAM, José Narro, expuso cifras alarmantes sobre este fenómeno que tiene en jaque a las universidades públicas del país. “Por cada estudiante que fue seleccionado en la universidad, hubo seis que no pudieron ingresar porque no se tiene capacidad”. Es decir, sí cuentan con las calificaciones y las aptitudes para continuar sus estudios pero no hay lugar para ellos. “Más de siete millones de jóvenes ni estudian ni trabajan… más de la quinta parte de los jóvenes mexicanos entre los 12 y 29 años de edad no tienen esas posibilidades… sólo 27% de los jóvenes en edad de cursar estudios superiores puede hacerlo, para el resto no hay espacios disponibles”. Aseguró que México ocupa el último lugar en brindar una opción educativa a los jóvenes entre los países miembros de la OCDE y por debajo del promedio en América Latina.
La generación Zeta está llenando las cárceles del país e incrementando la estadística criminal. Lo ilustra el INEGI. Los jóvenes representan 40 por ciento de los presuntos delincuentes del fuero federal y 49 por ciento en el fuero común. De éstos, la proporción de varones de 15 a 29 años involucrados en un crimen federal es de 41por ciento, y 50 por ciento en actos de competencia del fuero común mientras que las mujeres jóvenes representan 35 y 40 por ciento, respectivamente.
No hace mucho tiempo, los niños y jóvenes nacidos a partir de 1980 se les consideraba el “bono demográfico” del país, “la esperanza del siglo XXI” en términos sentimentales o la generación semilla de alphas y betas en la visión Huxleyana. Gracias a ellos la población económicamente dependiente (los niños y adultos mayores de 2010) no sufriría penurias, habría ahorros suficientes para la tercera transición demográfica de 2030 y México entraría de lleno al mundo desarrollado. Era el “mundo feliz” del neoliberalismo económico, con sus promesas de educación y empleo.
Hoy, cuando el futuro ya nos alcanzó, ésta es la generación de los rechazados en las universidades públicas, de los excluidos en el mercado laboral, la carne de cañón de la inútil y genocida “guerra contra las drogas” y de los condenados a ser la última letra de nuestro alfabeto por la ineficacia, insensibilidad y agotamiento de un modelo económico y educativo que sería el mundo perfecto, de no ser porque le sobran 60 millones de mexicanos, la mayoría de ellos jóvenes.
A pesar de esta realidad no hay una sola señal para intentar modificar el destino de los jóvenes de hoy. El próximo presupuesto será un indicador duro. Si se proponen más cárceles y menos recursos a las universidades, más policías y menos científicos, más soldados y menos laboratorios de investigación, estaremos pavimentando la llegada de más jóvenes zetas, etas o iotas, y diciendo adiós a quienes un día pudiendo ser alphas, betas o gammas, el fundamentalismo economicista los condenó a vivir en un mundo infeliz.
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