San Juana Martínez
Milenio
Sucedió durante la inauguración del Fórum Universal de las Culturas de Monterrey. Carmen Aristegui fue invitada para el relanzamiento de la estación WRadio en esta ciudad. Fue la oradora principal de aquel evento nocturno celebrado en el hotel Quinta Real.
“¿De qué hablo?”, me preguntó, mientras la llevaba al lugar, desde el Parque Fundidora donde realizó una entrevista al gobernador Natividad González Parás. En ese momento recordamos que en aquellos días se celebraba el aniversario del asesinato de don Eugenio Garza Sada y el 30 aniversario del Comité Eureka de desaparecidos, dirigido por la también regiomontana Rosario Ibarra de Piedra: “De eso voy a hablar: de don Eugenio y doña Rosario”, comentó con su habitual sonrisa. “¡Me encanta!”, le dije, “Porque ya sabes que estamos en territorio comanche y hace falta una voz como la tuya”.
Por aquellos días, la violencia del grupo guerrillero EPR se dejaba sentir en las instalaciones de Pemex y el fantasma de la insurgencia se cernía nuevamente en un México asolado por la involución de las garantías individuales. En un brillante discurso, Carmen unió la actualidad noticiosa con los caminos entrelazados de dos personajes regiomontanos; una idea que difícilmente podría concebir la mente de alguien sin visión plural.
El lugar estaba lleno de empresarios y funcionarios invitados como potenciales anunciantes de WRadio, propiedad de Televisa (51 por ciento) y del grupo español Prisa (49 por ciento): “Son dos caminos que se entrelazan históricamente para mostrarnos que México no puede seguir con las desigualdades sociales. Un hombre asesinado y también una madre cuyo hijo es desaparecido, frente a un EPR que se reactiva argumentando la desaparición de algunos de sus hombres…”. En aquel salón las lúcidas palabras de Carmen retumbaron ante un silencio sepulcral.
A la mañana siguiente, Hoy por hoy se transmitió desde el mismo lugar. Carmen me invitó e incluyó un reportaje que hice sobre las irregularidades del Fórum y a continuación entrevistó al gobernador, quien no supo dar una respuesta coherente ante la crítica.
“Éstas dos vienen con la espada desenvainada”, dijo con evidente enojo el director de noticieros de WRadio Monterrey a nuestro productor. “Diles que el Gobierno de Nuevo León es nuestro anunciante y que nosotros sí sabemos cuidarlo”. Cuando Jorge Navarijo nos lo contó, nos sorprendimos. Carmen añadió: “Para qué nos invitan si saben quienes somos”.
Hacer periodismo independiente significa eso: abordar todos los temas, sin importar quiénes son los anunciantes. Y aunque parezca una cosa normal y razonable, en México no hay muchos medios que lo hagan. Por encima de los intereses económicos debe prevalecer el derecho de la sociedad a una información veraz y completa.
Carmen Aristegui es una digna representante del mejor periodismo. Durante más de un año colaboré con ella. Fue Carmen quien de manera generosa me abrió su espacio luego de que la revista Proceso, sometida desde hace unos años a una dirección mezquina, déspota y misógina, censurara mi trabajo sobre pederastia clerical y me despidiera sin indemnización después de 18 años de trabajo, argumentando “indisciplina laboral”.
Lamentablemente, la prosperidad económica de ese semanario que en algún momento significó un estandarte de la libertad de expresión en este país, se basa actualmente en el expolio a sus trabajadores y en la censura.
Las argucias de algunas empresas para despedir a sus empleados suelen estar disfrazadas. Son estrategias para no pagarles lo que por ley les corresponde y en algunos casos para conservar un poco de dignidad frente a la indecencia de sus decisiones. Es lo que le sucedió a Carmen Aristegui.
Televisa y Prisa decidieron no renovarle su contrato por “incompatibilidad en la línea editorial”, es decir, porque la periodista se negó a someterse a la censura. Las cosas como son. Aquí no hay ninguna ambigüedad, y aquél que no lo quiera ver le ciega sus propios intereses. Pierde Carmen su espacio, pero también perdemos todos; la sociedad en general, porque su programa era una ágora de las ideas, una plataforma para debatir los distintos ángulos de la información, para hacer real y efectivo el derecho a la libertad de prensa. Su despido, como el de cualquier otro periodista que lucha por estos principios, vulnera los derechos de todos. Por eso me voy con ella.
De Televisa puede esperarse eso y más. Es una empresa que fue priista y que ahora es panista, o mejor dicho, gobiernista. La sorpresa viene del grupo Prisa, propiedad del fallecido magnate de la comunicación Jesús de Polanco. Prisa sostenía a Carmen Aristegui con su 49 por ciento de participación accionaria. Ambos consorcios se habían enfrascado en los últimos meses en una lucha sin precedentes por el control de los derechos del futbol en España. Allá, Prisa le ganó a Televisa, y a cambio, para no perder su 49 por ciento, aquí le ofreció la cabeza de Aristegui; lo cual favorece su expansión latinoamericana. Prisa no se hubiera atrevido a ejecutar semejante barbaridad en España, donde pasa por ser una empresa plural, progresista y valuarte de la libertad de expresión.
La consecuencia inmediata es que el prestigio de Juan Luis Cebrián, consejero delegado del grupo y diseñador de la nueva política editorial, ha quedado en México al nivel de cualquier vulgar censor… una pena.
Milenio
Sucedió durante la inauguración del Fórum Universal de las Culturas de Monterrey. Carmen Aristegui fue invitada para el relanzamiento de la estación WRadio en esta ciudad. Fue la oradora principal de aquel evento nocturno celebrado en el hotel Quinta Real.
“¿De qué hablo?”, me preguntó, mientras la llevaba al lugar, desde el Parque Fundidora donde realizó una entrevista al gobernador Natividad González Parás. En ese momento recordamos que en aquellos días se celebraba el aniversario del asesinato de don Eugenio Garza Sada y el 30 aniversario del Comité Eureka de desaparecidos, dirigido por la también regiomontana Rosario Ibarra de Piedra: “De eso voy a hablar: de don Eugenio y doña Rosario”, comentó con su habitual sonrisa. “¡Me encanta!”, le dije, “Porque ya sabes que estamos en territorio comanche y hace falta una voz como la tuya”.
Por aquellos días, la violencia del grupo guerrillero EPR se dejaba sentir en las instalaciones de Pemex y el fantasma de la insurgencia se cernía nuevamente en un México asolado por la involución de las garantías individuales. En un brillante discurso, Carmen unió la actualidad noticiosa con los caminos entrelazados de dos personajes regiomontanos; una idea que difícilmente podría concebir la mente de alguien sin visión plural.
El lugar estaba lleno de empresarios y funcionarios invitados como potenciales anunciantes de WRadio, propiedad de Televisa (51 por ciento) y del grupo español Prisa (49 por ciento): “Son dos caminos que se entrelazan históricamente para mostrarnos que México no puede seguir con las desigualdades sociales. Un hombre asesinado y también una madre cuyo hijo es desaparecido, frente a un EPR que se reactiva argumentando la desaparición de algunos de sus hombres…”. En aquel salón las lúcidas palabras de Carmen retumbaron ante un silencio sepulcral.
A la mañana siguiente, Hoy por hoy se transmitió desde el mismo lugar. Carmen me invitó e incluyó un reportaje que hice sobre las irregularidades del Fórum y a continuación entrevistó al gobernador, quien no supo dar una respuesta coherente ante la crítica.
“Éstas dos vienen con la espada desenvainada”, dijo con evidente enojo el director de noticieros de WRadio Monterrey a nuestro productor. “Diles que el Gobierno de Nuevo León es nuestro anunciante y que nosotros sí sabemos cuidarlo”. Cuando Jorge Navarijo nos lo contó, nos sorprendimos. Carmen añadió: “Para qué nos invitan si saben quienes somos”.
Hacer periodismo independiente significa eso: abordar todos los temas, sin importar quiénes son los anunciantes. Y aunque parezca una cosa normal y razonable, en México no hay muchos medios que lo hagan. Por encima de los intereses económicos debe prevalecer el derecho de la sociedad a una información veraz y completa.
Carmen Aristegui es una digna representante del mejor periodismo. Durante más de un año colaboré con ella. Fue Carmen quien de manera generosa me abrió su espacio luego de que la revista Proceso, sometida desde hace unos años a una dirección mezquina, déspota y misógina, censurara mi trabajo sobre pederastia clerical y me despidiera sin indemnización después de 18 años de trabajo, argumentando “indisciplina laboral”.
Lamentablemente, la prosperidad económica de ese semanario que en algún momento significó un estandarte de la libertad de expresión en este país, se basa actualmente en el expolio a sus trabajadores y en la censura.
Las argucias de algunas empresas para despedir a sus empleados suelen estar disfrazadas. Son estrategias para no pagarles lo que por ley les corresponde y en algunos casos para conservar un poco de dignidad frente a la indecencia de sus decisiones. Es lo que le sucedió a Carmen Aristegui.
Televisa y Prisa decidieron no renovarle su contrato por “incompatibilidad en la línea editorial”, es decir, porque la periodista se negó a someterse a la censura. Las cosas como son. Aquí no hay ninguna ambigüedad, y aquél que no lo quiera ver le ciega sus propios intereses. Pierde Carmen su espacio, pero también perdemos todos; la sociedad en general, porque su programa era una ágora de las ideas, una plataforma para debatir los distintos ángulos de la información, para hacer real y efectivo el derecho a la libertad de prensa. Su despido, como el de cualquier otro periodista que lucha por estos principios, vulnera los derechos de todos. Por eso me voy con ella.
De Televisa puede esperarse eso y más. Es una empresa que fue priista y que ahora es panista, o mejor dicho, gobiernista. La sorpresa viene del grupo Prisa, propiedad del fallecido magnate de la comunicación Jesús de Polanco. Prisa sostenía a Carmen Aristegui con su 49 por ciento de participación accionaria. Ambos consorcios se habían enfrascado en los últimos meses en una lucha sin precedentes por el control de los derechos del futbol en España. Allá, Prisa le ganó a Televisa, y a cambio, para no perder su 49 por ciento, aquí le ofreció la cabeza de Aristegui; lo cual favorece su expansión latinoamericana. Prisa no se hubiera atrevido a ejecutar semejante barbaridad en España, donde pasa por ser una empresa plural, progresista y valuarte de la libertad de expresión.
La consecuencia inmediata es que el prestigio de Juan Luis Cebrián, consejero delegado del grupo y diseñador de la nueva política editorial, ha quedado en México al nivel de cualquier vulgar censor… una pena.
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