Desde Machetearte:
Por Alfredo Velarde
Desconozco si los lectores del presente texto coincidirán conmigo, pero en lo personal considero que además de ominoso, resulta increíble el hecho de que prácticamente el 80% de las imágenes que reproducen los medios referidas a las actividades del minúsculo presidente impuesto Calderón, detenten un tono castrense y militarista que desde el principio de su trompicada “gestión” es indudable que ha lindado con el ridículo.
Ignoro si el presidente de facto hizo el servicio militar y cuáles fueron los estímulos profundos que desde su primera infancia tuvo respecto a los cuerpos coercitivos del Estado. Pero es probable que una adecuada interpretación profunda del hecho que describo, sea la tarea de un psicoanalista y no, desde luego, mía. Y sin embargo, no desconocemos usted y yo, ni su crianza excesivamente religiosa, ni la cepa de brutal conservadurismo político en que se (de)formó como el demagogo político de derecha que es y que amenaza con resultarnos tan costosa. El asunto de su presunta “cruzada sacrosanta” contra el crimen, es en todo caso, apenas una arista de la cuestión, pero hay muchas más.
¿Es acaso el encuadre militarista de la administración que encabeza Felipe Calderón, una salida fácil para revertir su extremo déficit de credibilidad y legitimidad que en rigor se manifiesta para el complejo imaginario social mexicano de este tiempo? La pregunta, tan difícil de responder con una certeza científica, sin embargo permite avanzar el señalamiento de que, si no lo sabe, alguien tendría que advertirle que está jugando con fuego y que, más temprano que tarde, bien podría revertírsele.
A la declaración que hizo el pasado sábado 10 de febrero, en el sentido de que “En la lucha contra el crimen no habrá tregua”, tendríamos que agregarle dos preguntas: ¿Qué es crimen y delito para un sedicente titular del poder ejecutivo que ni siquiera ganó en buena lid su cargo político, sino soportado en un enjambre de intereses asociados a múltiples crímenes de cuello blanco, asociados íntimamente a la maximización de las ganancias de los principales consorcios capitalistas que operan en México? ¿Esos no son crímenes y por tanto no se perseguirán?
Al parecer, crimen para Calderón Hinojosa, es todo aquello que sea capaz de atentar contra el rígido orden disciplinario y de control que lo explica en el poder plenipotenciario y de facto que ocupa. Y si esto es así, muy pronto, la cruzada calderónica contra el “crimen”, habrá de trocarse en una cruzada contra los persistentes e insumisos movimientos de inconformidad social que pueblan al conjunto de la cartografía mexicana con su comprensible y legítima disidencia. De lo contrario, ¿qué hace un sujeto tan anodino como Ramírez Acuña en Gobernación?
El combate del gobierno federal contra el crimen organizado, contra eso que los politólogos denominan “el poder invisible”, como en el caso del narcotráfico, está de antemano condenado al fracaso, como muchos ya lo comentaron la semana que pasó, en parte porque el régimen conservador ni siquiera comprende la cuestión en su esencia verdadera. Y no la entiende, desde el momento mismo en que su cruzada anticrimen privilegia el encuadre punitivo que soslaya, por ejemplo, que el fenómeno del narcotráfico se inscribe en un fenómeno de interacción multinacional en la que está desplegada la fórmula producción-tráfico-consumo tan propia de la globalización capitalista en toda su densidad geoestratégica por la propia vecindad con los norteamericanos. De ahí los aplausos de los gringos republicanos al (des)gobierno mexicano.
De manera que, desde mi punto de vista, la multicitada cruzada anticrimen de Calderón es, en el fondo, una simulación. Así como antes simularon que ganaron la elección presidencial, ahora simulan que combaten el crimen, como simulan que luchan contra el narcotráfico y la violencia que, por cierto, sin ella, no sería “presidente”, mientras los verdaderos resortes que impulsan su “gestión” son muy otros. Uno esencial, sería la fabricación de un consenso social artificioso, mientras alientan y preparan a la opinión pública para el terror de alcances fascistoides que preparan e inhiba el crecimiento de un descontento político que en los tiempos que se acercan, lejos de replegarse, crecerá como la espuma.
De ahí que debamos preocuparnos, en grado superlativo, por los pobres resultados que hasta el momento han arrojado como producto suyo, los resolutivos de la cuarta edición del Diálogo Nacional suscrito por más de 600 organizaciones sociales, civiles y populares opositoras, y los cuales, en su síntesis, reproducen el amplio espectro tanto de oposiciones legítimas, como de otras no tanto y con tantos problemas de representatividad, que hasta el momento han sido incapaces de depurarse de algunas lamentables presencias de lo peor del charrismo sindical, por ejemplo, que puebla sus filas.
Por cierto, desde la primera edición del Dialogo Nacional, justo cuando se publicó la así denominada “Declaración de Querétaro”, sus minimalistas suscriptores descalificaron a quienes criticamos de una manera u otra los alcances más bien tímidos de su opaca mirada programática. Hoy, cuando la violencia y la simulación son las cartas credenciales del nuevo partido de Estado autoritario, la izquierda social del país ha de encarar el reto de la caracterización del actual Estado Mexicano y su impopular gobierno, para de ahí partir hacia el diseño de la estrategia general y las tácticas de lucha, así como de su fórmula organizativa para enfrentar a los verdaderos violentos en el poder y sus cínicas simulaciones contraproducentes. Y esto deberá ocurrir con la mayor celeridad posible, porque más tarde será la confrontación la que ubique tanto a tirios como troyanos de la descarnada lucha de clases mexicana que nos habita.
Por Alfredo Velarde
Desconozco si los lectores del presente texto coincidirán conmigo, pero en lo personal considero que además de ominoso, resulta increíble el hecho de que prácticamente el 80% de las imágenes que reproducen los medios referidas a las actividades del minúsculo presidente impuesto Calderón, detenten un tono castrense y militarista que desde el principio de su trompicada “gestión” es indudable que ha lindado con el ridículo.
Ignoro si el presidente de facto hizo el servicio militar y cuáles fueron los estímulos profundos que desde su primera infancia tuvo respecto a los cuerpos coercitivos del Estado. Pero es probable que una adecuada interpretación profunda del hecho que describo, sea la tarea de un psicoanalista y no, desde luego, mía. Y sin embargo, no desconocemos usted y yo, ni su crianza excesivamente religiosa, ni la cepa de brutal conservadurismo político en que se (de)formó como el demagogo político de derecha que es y que amenaza con resultarnos tan costosa. El asunto de su presunta “cruzada sacrosanta” contra el crimen, es en todo caso, apenas una arista de la cuestión, pero hay muchas más.
¿Es acaso el encuadre militarista de la administración que encabeza Felipe Calderón, una salida fácil para revertir su extremo déficit de credibilidad y legitimidad que en rigor se manifiesta para el complejo imaginario social mexicano de este tiempo? La pregunta, tan difícil de responder con una certeza científica, sin embargo permite avanzar el señalamiento de que, si no lo sabe, alguien tendría que advertirle que está jugando con fuego y que, más temprano que tarde, bien podría revertírsele.
A la declaración que hizo el pasado sábado 10 de febrero, en el sentido de que “En la lucha contra el crimen no habrá tregua”, tendríamos que agregarle dos preguntas: ¿Qué es crimen y delito para un sedicente titular del poder ejecutivo que ni siquiera ganó en buena lid su cargo político, sino soportado en un enjambre de intereses asociados a múltiples crímenes de cuello blanco, asociados íntimamente a la maximización de las ganancias de los principales consorcios capitalistas que operan en México? ¿Esos no son crímenes y por tanto no se perseguirán?
Al parecer, crimen para Calderón Hinojosa, es todo aquello que sea capaz de atentar contra el rígido orden disciplinario y de control que lo explica en el poder plenipotenciario y de facto que ocupa. Y si esto es así, muy pronto, la cruzada calderónica contra el “crimen”, habrá de trocarse en una cruzada contra los persistentes e insumisos movimientos de inconformidad social que pueblan al conjunto de la cartografía mexicana con su comprensible y legítima disidencia. De lo contrario, ¿qué hace un sujeto tan anodino como Ramírez Acuña en Gobernación?
El combate del gobierno federal contra el crimen organizado, contra eso que los politólogos denominan “el poder invisible”, como en el caso del narcotráfico, está de antemano condenado al fracaso, como muchos ya lo comentaron la semana que pasó, en parte porque el régimen conservador ni siquiera comprende la cuestión en su esencia verdadera. Y no la entiende, desde el momento mismo en que su cruzada anticrimen privilegia el encuadre punitivo que soslaya, por ejemplo, que el fenómeno del narcotráfico se inscribe en un fenómeno de interacción multinacional en la que está desplegada la fórmula producción-tráfico-consumo tan propia de la globalización capitalista en toda su densidad geoestratégica por la propia vecindad con los norteamericanos. De ahí los aplausos de los gringos republicanos al (des)gobierno mexicano.
De manera que, desde mi punto de vista, la multicitada cruzada anticrimen de Calderón es, en el fondo, una simulación. Así como antes simularon que ganaron la elección presidencial, ahora simulan que combaten el crimen, como simulan que luchan contra el narcotráfico y la violencia que, por cierto, sin ella, no sería “presidente”, mientras los verdaderos resortes que impulsan su “gestión” son muy otros. Uno esencial, sería la fabricación de un consenso social artificioso, mientras alientan y preparan a la opinión pública para el terror de alcances fascistoides que preparan e inhiba el crecimiento de un descontento político que en los tiempos que se acercan, lejos de replegarse, crecerá como la espuma.
De ahí que debamos preocuparnos, en grado superlativo, por los pobres resultados que hasta el momento han arrojado como producto suyo, los resolutivos de la cuarta edición del Diálogo Nacional suscrito por más de 600 organizaciones sociales, civiles y populares opositoras, y los cuales, en su síntesis, reproducen el amplio espectro tanto de oposiciones legítimas, como de otras no tanto y con tantos problemas de representatividad, que hasta el momento han sido incapaces de depurarse de algunas lamentables presencias de lo peor del charrismo sindical, por ejemplo, que puebla sus filas.
Por cierto, desde la primera edición del Dialogo Nacional, justo cuando se publicó la así denominada “Declaración de Querétaro”, sus minimalistas suscriptores descalificaron a quienes criticamos de una manera u otra los alcances más bien tímidos de su opaca mirada programática. Hoy, cuando la violencia y la simulación son las cartas credenciales del nuevo partido de Estado autoritario, la izquierda social del país ha de encarar el reto de la caracterización del actual Estado Mexicano y su impopular gobierno, para de ahí partir hacia el diseño de la estrategia general y las tácticas de lucha, así como de su fórmula organizativa para enfrentar a los verdaderos violentos en el poder y sus cínicas simulaciones contraproducentes. Y esto deberá ocurrir con la mayor celeridad posible, porque más tarde será la confrontación la que ubique tanto a tirios como troyanos de la descarnada lucha de clases mexicana que nos habita.
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