México, DF, 10 de abril de 2007.
Servicio informativo núm. 58
SIEMPRE SEREMOS ZAPATISTAS
“Ahora sí puedo morir. Esto era lo que yo deseaba; que se sepa por qué luchamos; que conozcan la causa que defendemos; que vengan hasta nosotros; que nos vean, nos estudien y luego vayan y digan la verdad: que nosotros somos honrados y no bandidos”.
Emiliano Zapata
En un tiempo igual de triste que el de hoy, un líder guerrillero del sur de México, Emiliano Zapata, fue asesinado por los mismos que en la actualidad han condenado a nuestro campo a perecer de abandono, por los mismos que mandan por millones a nuestra gente a poner en riesgo sus vidas cruzando la frontera, a los condenados a ser humillados en este lado del muro o del otro; ellos son los de siempre, los que mataron a mi general, los que nos obligan a vernos como inferiores por tener la piel morena.
Ellos, los que nos acusan de ser pobres cuando nuestra pobreza es producto de su riqueza desmedida, los que nos acusan de falta de elegancia cuando la suya se debe a nuestros harapos, los que presumen de libertad como si ella les estuviese reservada por nacimiento, los que eligen sus autoridades y moldean sus instituciones para su solo beneficio. Ellos, los que no pagan impuestos y nos quitan el diezmo de la piel; los asesinos de nuestro presente para que el único futuro que nos quede sea la desesperanza.
Pero esos criminales no saben que mi general Zapata, en realidad, no murió nunca, que cabalga en la resistencia civil pacífica, en el movimiento de lucha contra el fraude, en todas las luchas que en todos los rincones de la patria se están dando para construir otro México: uno mejor y nuestro.
Por eso, nosotros, este 10 de abril, gritamos “Tierra y libertad”, porque no hay mejor patria que un pedazo de tierra donde vivir y morir libres, y nosotros le llamamos a ese cacho de tierra México.
Con la muerte de Zapata, el centro de la revolución agraria fue derrotado; aquellos campesinos armados regresaron a su calidad simplemente de campesinos, guardando las armas para otros tiempos.
Hoy, a 88 años de su muerte, millones de mexicanos de abajo han decidido no tener otras armas más que la palabra y la repulsa pacífica hacia la imposición; hoy, esos millones se empeñan en construir su propia forma de gobierno desconociendo al gobierno de facto impuesto tras el fraude electoral del 2 de julio; hoy no quieren ser obligados a otro tipo de lucha que cause más dolor del que ya se padece. Hoy, Servicio de Noticias ISA ha elegido bordar sobre lo que significa el legado zapatista.
En noviembre de 1911, cuando el movimiento revolucionario sureño promulgó el Plan de Ayala, no solamente se dotó de un programa de lucha, sino también de un programa de gobierno. En los años que siguieron, este documento histórico, acompañado de la Ley Agraria, de la Ley General del Trabajo, de la Ley General sobre Libertades Municipales, de la Ley Orgánica de Ayuntamientos para el Estado de Morelos y de innumerables resoluciones y disposiciones de la Junta Revolucionaria y de sus generales, se convirtió en un “cuerpo” legislativo que orientó la convivencia en los pueblos zapatistas en materia de educación, abasto, salud, comunicaciones, relación de las tropas con las poblaciones y, por supuesto y sobre todo, dotación de tierras, bosques y aguas.
Un denominador común vertebró estos documentos y la labor gubernamental que de ellos se desprendía: la capacidad de decisión de las comunidades y el hecho de que esa capacidad se podía ejercer “desde luego”, “inmediatamente”.
El zapatismo conjugó múltiples caras: movimiento campesino representativo de una larga tradición de luchas agrarias en la región; heredero de la legitimidad histórica de las comunidades originarias de estas tierras; ejército campesino arraigado fuertemente en las comunidades que lo convirtieron, más que en un ejército, en un conjunto de pueblos sublevados; movimiento político que mediante su programa central, el Plan de Ayala, condujo en la región una política radical de reparto de tierras y de organización de la sociedad y de le economía sobre bases colectivistas e igualitarias.
La gestación actual de formas de gobierno autónomas, el propio gobierno legítimo y la credencialización que se lleva a cabo por todo el país son formas de representación directa, con el fin de que sea una realidad el gobierno de los de abajo, como ya lo prefiguraban las leyes y decretos del Ejército Libertador del Sur, de su Junta Revolucionaria y de la Convención Revolucionaria de Aguascalientes, cuando quedó en manos del zapatismo morelense.
Todos nosotros hoy somos fruto de aquella lucha zapatista de la que se nutre el actual movimiento social mexicano en todas sus vertientes: la resistencia civil pacífica, la Convención Nacional Democrática, la red de representantes del Gobierno Legítimo y muchas otras expresiones de lucha popular que caminan con la misma ruta: desconocer al gobierno de facto de Felipe Calderón y construir una nueva República.
La vigencia de la herencia zapatista no responde sino a las similitudes del México que le tocó vivir a Zapata con el que ahora existe. Los soldados de Chinameca son los mismos que ahora apisonan la hierba de Zongolica para violar y asesinar a Ernestina Ascencio, anciana indígena de Veracruz.
Son ellos los que bajo la orden de un presidente impostor cercan las instalaciones de la Compañía de Luz y Fuerza ante el llamado a huelga de los trabajadores electricistas en demanda de un salario justo para vivir.
Los soldados de Chinameca son los mismos que en Atenco violan a las presas y en Oaxaca destruyen las barricadas de la APPO. Son ellos los mismos que como nubarrones negros protegen al presidente espurio cada vez que la resistencia civil pacífica se acerca para recordarle el fraude electoral del que es producto.
Los soldados de Chinameca visten hoy de verde o de azul o de gris, pero son los mismos, los mismos que se aprestan a pulular por todos los rincones del país dizque para combatir el crimen organizado, pero que en realidad están encargados de organizar el crimen contra todo aquel que se oponga a la privatización del petróleo y de los servicios de salud.
Allá, ellos, son los soldados del espurio. Aquí, nosotros, somos zapatistas. Hace unos años, cuando al escritor universal José Saramago, estando en México lo interrogaron sobre su larga y conocida militancia en las filas comunistas, él respondió: “Aquí, soy zapatista”. Con él, decimos: “Sí, aquí, somos zapatistas porque reivindicamos la historia que nos ha dado dignidad".
El deseo de Zapata de que hombres y mujeres de otras latitudes caminaran hasta Morelos para “que conozcan la causa que defendemos; que vengan hasta nosotros; que nos vean, nos estudien y luego vayan y digan la verdad: que nosotros somos honrados y no bandidos” es el deseo de Servicio de Noticias ISA.
Que el mundo sepa que esa oligarquía infame que padecemos en México se sirve de las palabras para ocultar sus pensamientos y que sus pensamientos los utilizan para justificar las injusticias que cometen; que el mundo entero oiga, sepa y comprenda que hay otra palabra, la que encierra nuestros sentimientos y los de millones, y que ésta revela nuestro anhelo de justicia y nuestro deseo de ser, por fin, nosotros mismos.
Servicio informativo núm. 58
SIEMPRE SEREMOS ZAPATISTAS
“Ahora sí puedo morir. Esto era lo que yo deseaba; que se sepa por qué luchamos; que conozcan la causa que defendemos; que vengan hasta nosotros; que nos vean, nos estudien y luego vayan y digan la verdad: que nosotros somos honrados y no bandidos”.
Emiliano Zapata
En un tiempo igual de triste que el de hoy, un líder guerrillero del sur de México, Emiliano Zapata, fue asesinado por los mismos que en la actualidad han condenado a nuestro campo a perecer de abandono, por los mismos que mandan por millones a nuestra gente a poner en riesgo sus vidas cruzando la frontera, a los condenados a ser humillados en este lado del muro o del otro; ellos son los de siempre, los que mataron a mi general, los que nos obligan a vernos como inferiores por tener la piel morena.
Ellos, los que nos acusan de ser pobres cuando nuestra pobreza es producto de su riqueza desmedida, los que nos acusan de falta de elegancia cuando la suya se debe a nuestros harapos, los que presumen de libertad como si ella les estuviese reservada por nacimiento, los que eligen sus autoridades y moldean sus instituciones para su solo beneficio. Ellos, los que no pagan impuestos y nos quitan el diezmo de la piel; los asesinos de nuestro presente para que el único futuro que nos quede sea la desesperanza.
Pero esos criminales no saben que mi general Zapata, en realidad, no murió nunca, que cabalga en la resistencia civil pacífica, en el movimiento de lucha contra el fraude, en todas las luchas que en todos los rincones de la patria se están dando para construir otro México: uno mejor y nuestro.
Por eso, nosotros, este 10 de abril, gritamos “Tierra y libertad”, porque no hay mejor patria que un pedazo de tierra donde vivir y morir libres, y nosotros le llamamos a ese cacho de tierra México.
Con la muerte de Zapata, el centro de la revolución agraria fue derrotado; aquellos campesinos armados regresaron a su calidad simplemente de campesinos, guardando las armas para otros tiempos.
Hoy, a 88 años de su muerte, millones de mexicanos de abajo han decidido no tener otras armas más que la palabra y la repulsa pacífica hacia la imposición; hoy, esos millones se empeñan en construir su propia forma de gobierno desconociendo al gobierno de facto impuesto tras el fraude electoral del 2 de julio; hoy no quieren ser obligados a otro tipo de lucha que cause más dolor del que ya se padece. Hoy, Servicio de Noticias ISA ha elegido bordar sobre lo que significa el legado zapatista.
En noviembre de 1911, cuando el movimiento revolucionario sureño promulgó el Plan de Ayala, no solamente se dotó de un programa de lucha, sino también de un programa de gobierno. En los años que siguieron, este documento histórico, acompañado de la Ley Agraria, de la Ley General del Trabajo, de la Ley General sobre Libertades Municipales, de la Ley Orgánica de Ayuntamientos para el Estado de Morelos y de innumerables resoluciones y disposiciones de la Junta Revolucionaria y de sus generales, se convirtió en un “cuerpo” legislativo que orientó la convivencia en los pueblos zapatistas en materia de educación, abasto, salud, comunicaciones, relación de las tropas con las poblaciones y, por supuesto y sobre todo, dotación de tierras, bosques y aguas.
Un denominador común vertebró estos documentos y la labor gubernamental que de ellos se desprendía: la capacidad de decisión de las comunidades y el hecho de que esa capacidad se podía ejercer “desde luego”, “inmediatamente”.
El zapatismo conjugó múltiples caras: movimiento campesino representativo de una larga tradición de luchas agrarias en la región; heredero de la legitimidad histórica de las comunidades originarias de estas tierras; ejército campesino arraigado fuertemente en las comunidades que lo convirtieron, más que en un ejército, en un conjunto de pueblos sublevados; movimiento político que mediante su programa central, el Plan de Ayala, condujo en la región una política radical de reparto de tierras y de organización de la sociedad y de le economía sobre bases colectivistas e igualitarias.
La gestación actual de formas de gobierno autónomas, el propio gobierno legítimo y la credencialización que se lleva a cabo por todo el país son formas de representación directa, con el fin de que sea una realidad el gobierno de los de abajo, como ya lo prefiguraban las leyes y decretos del Ejército Libertador del Sur, de su Junta Revolucionaria y de la Convención Revolucionaria de Aguascalientes, cuando quedó en manos del zapatismo morelense.
Todos nosotros hoy somos fruto de aquella lucha zapatista de la que se nutre el actual movimiento social mexicano en todas sus vertientes: la resistencia civil pacífica, la Convención Nacional Democrática, la red de representantes del Gobierno Legítimo y muchas otras expresiones de lucha popular que caminan con la misma ruta: desconocer al gobierno de facto de Felipe Calderón y construir una nueva República.
La vigencia de la herencia zapatista no responde sino a las similitudes del México que le tocó vivir a Zapata con el que ahora existe. Los soldados de Chinameca son los mismos que ahora apisonan la hierba de Zongolica para violar y asesinar a Ernestina Ascencio, anciana indígena de Veracruz.
Son ellos los que bajo la orden de un presidente impostor cercan las instalaciones de la Compañía de Luz y Fuerza ante el llamado a huelga de los trabajadores electricistas en demanda de un salario justo para vivir.
Los soldados de Chinameca son los mismos que en Atenco violan a las presas y en Oaxaca destruyen las barricadas de la APPO. Son ellos los mismos que como nubarrones negros protegen al presidente espurio cada vez que la resistencia civil pacífica se acerca para recordarle el fraude electoral del que es producto.
Los soldados de Chinameca visten hoy de verde o de azul o de gris, pero son los mismos, los mismos que se aprestan a pulular por todos los rincones del país dizque para combatir el crimen organizado, pero que en realidad están encargados de organizar el crimen contra todo aquel que se oponga a la privatización del petróleo y de los servicios de salud.
Allá, ellos, son los soldados del espurio. Aquí, nosotros, somos zapatistas. Hace unos años, cuando al escritor universal José Saramago, estando en México lo interrogaron sobre su larga y conocida militancia en las filas comunistas, él respondió: “Aquí, soy zapatista”. Con él, decimos: “Sí, aquí, somos zapatistas porque reivindicamos la historia que nos ha dado dignidad".
El deseo de Zapata de que hombres y mujeres de otras latitudes caminaran hasta Morelos para “que conozcan la causa que defendemos; que vengan hasta nosotros; que nos vean, nos estudien y luego vayan y digan la verdad: que nosotros somos honrados y no bandidos” es el deseo de Servicio de Noticias ISA.
Que el mundo sepa que esa oligarquía infame que padecemos en México se sirve de las palabras para ocultar sus pensamientos y que sus pensamientos los utilizan para justificar las injusticias que cometen; que el mundo entero oiga, sepa y comprenda que hay otra palabra, la que encierra nuestros sentimientos y los de millones, y que ésta revela nuestro anhelo de justicia y nuestro deseo de ser, por fin, nosotros mismos.
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